El amor no duele: lo que duele es sostener lo que no funciona

Muchas personas confunden el amor con el sufrimiento. En este artículo explico, desde una mirada conductual, cómo reconocer cuándo el dolor deja de tener sentido y cómo empezar a amar de una forma más sana y consciente

RELACIONES Y PAREJA

Ruben Urquiza

10/28/20255 min leer

El amor no duele: lo que duele es sostener lo que no funciona

En consulta he escuchado muchas veces la frase “el amor duele”. Y honestamente, es completamente comprensible que las personas lo digan.

Amar no es sencillo. No porque sea un misterio o un arte perdido, sino porque exige compromiso, lealtad, veracidad y una enorme capacidad para mantener lo que prometemos. Eso es lo complicado: no sentir amor, sino comportarse de manera amorosa.

Muchos aún creen que las relaciones correctas simplemente ocurren, como si encontrar a “la persona indicada” resolviera todo. Pero eso sería como creer que uno conoce a alguien por completo. La verdad es que jamás terminamos de conocer del todo a la otra persona. No podemos estar en todos sus contextos, ni presenciar cada situación en la que actúa. Con suerte, llegamos a conocer algunas partes, pero no el todo.

Y en ese espacio de desconocimiento, muchas veces aparece la duda: “¿Será genuin@ conmigo? ¿Me dirá la verdad?” Esa duda se convierte en terreno fértil para la inseguridad. Lo curioso es que lo que mantiene el dolor no es la ausencia de amor, sino la ausencia de acción amorosa. Es como tirarse a la piscina a medias: estás, pero no del todo. Y nadie disfruta del agua solo con medio cuerpo dentro. Amar requiere lanzarse completo, sabiendo que habrá frío, incertidumbre y profundidad.

El problema es que la cultura nos ha enseñado a asociar el amor con el sufrimiento. Desde las telenovelas hasta las canciones, se nos ha condicionado a creer que amar implica dolor, sacrificio o pérdida. La cultura popular convirtió el drama en sinónimo de pasión. Y claro, al vivir en un entorno que premia las historias dolorosas y castiga las relaciones estables por “aburridas”, no sorprende que tantas personas repitan la ecuación: “si duele, es porque amo de verdad”.

Desde el análisis conductual, esto tiene sentido: lo que aprendemos temprano en nuestras primeras relaciones, en casa o en lo que observamos de otros, tiende a volverse una regla verbal. Y esas reglas se mantienen incluso cuando ya no funcionan. Así, terminamos replicando relaciones que refuerzan el mismo patrón de sufrimiento, no porque queramos sufrir, sino porque aprendimos a asociar el amor con ese tipo de consecuencias.

En consulta es frecuente ver personas que siguen atadas a vínculos que hace tiempo dejaron de nutrirlas. Se mantienen ahí por miedo, estímulos y/o pensamientos intrusivos que los visitan una y otra vez: “me voy a quedar sol@”, “nadie me va a querer”, “no sirvo para esto”. Son pensamientos moldeados por su historia de aprendizaje y reforzados por un entorno que glorifica el amor imposible. Y cuando a eso se suman las redes sociales, con su desfile de relaciones idealizadas, el malestar se amplifica: se refuerza la comparación constante y se castiga cualquier forma de vulnerabilidad.

Pero amar, en realidad, no debería doler.No porque sea perfecto o libre de conflictos, sino porque el dolor no proviene del amor, sino de sostener lo que no funciona.

Desde una mirada conductual, amar sin que duela implica aceptar el sufrimiento derivado de lo que nos importa, no evitarlo.

Es decir: aceptar que la relación puede ser problemática, que habrá momentos de duda, incomodidad o tristeza… pero también recordar que esos momentos son parte natural de todo vínculo que nos importa.

Amar sin que duela no significa eliminar el dolor, sino entenderlo.

El objetivo no es amar para sufrir, sino amar para vivir. Como lanzarse a la piscina: va a doler al inicio, el agua estará fría, pero si recuerdas que puedes nadar, lo disfrutarás.

Cuando una persona reconoce que su relación duele, pero no puede soltarla, eso no la hace débil ni irracional. La mayoría de las veces, es comprensible. Toda relación, incluso las disfuncionales, ofrece alguna consecuencia benéfica: compañía, rutina, validación social.

El problema aparece cuando esas pequeñas recompensas dejan de compensar el costo. Hasta que alguien no le ayude a observar ese balance, lo que gana frente a lo que pierde, seguirá actuando a pérdida.

En consulta, las señales de que alguien ya no se comporta amorosamente suelen ser claras. Retomar una relación “por costumbre” o “por miedo a estar sol@” es una de ellas. Permanecer en vínculos donde ya no hay disfrute, ni confianza, ni crecimiento, pero sí migajas de afecto o validación social, también.

La cultura popular refuerza eso: nos enseña que estar acompañado “vale más” que estar en paz, y que salir en pareja aunque la relación esté rota, da una mejor imagen que decir “decidí soltar”.

Este refuerzo social hace que muchas personas eviten afrontar el vacío de la separación. Pero ese vacío no siempre es pérdida; a veces es solo espacio para reconstruirse.

Y como toda evitación, cuanto más la postergamos, más crece el malestar.

Por eso, cuando alguien identifica que su relación ya no funciona y teme el vacío de soltar, el primer paso no es romper: es revisar si ambos aún tienen esperanza de aprender juntos.

La terapia de pareja, o lo que yo llamo entrenamiento de pareja, no existe para “mantenerlos juntos”, sino para que ambos entiendan por qué están así y qué pueden hacer con eso. Algunas veces descubren que pueden mejorar y otras, que lo más sano es separarse. Ambas rutas son válidas.

Mi papel no es decidir por ellos, sino ayudarles a mirar el terreno donde están parados, a reconocer las conductas que los acercan o los alejan, y a recuperar contacto con lo que valoran.

Porque cuando una de las partes ya no desea avanzar, insistir deja de ser amor y se convierte en control.

En terapia, procuro ayudar a la persona a ampliar su contexto. A mirar más allá del vínculo actual y preguntarse: ¿En qué tipo de relación quiero verme a futuro?¿Qué tipo de pareja quiero ser?¿Qué comportamientos quiero practicar para disfrutar más mi relación?

A medida que estas respuestas se vuelven más claras, la angustia se transforma en dirección.

Y sí, soltar duele. Pero quedarse por miedo duele mucho más. El sufrimiento de la ruptura es temporal, pero el de la evitación, es perpetuo.

Para quienes sienten que amar siempre termina doliendo, suelo recordarles algo sencillo pero fundamental: uno da lo que es.

Si entregas comprensión, tolerancia, lealtad y confianza, es porque eso ya está ‘dentro de ti’. Nadie puede ofrecer lo que no tiene. Y aunque duela, actuar con buena fe jamás es perder. Porque incluso cuando la relación se quiebra, queda la coherencia de haber hecho lo correcto.

Claro que en el mundo hay personas que manipulan, mienten o usan. Pero eso no invalida la bondad. El punto no es cerrar el corazón, sino elegir mejor el mejor contexto donde entregarlo. No se trata de dejar de amar, sino de amar en lugares donde tus comportamientos sean reforzados con respeto, no castigados con dolor.

A veces, eso empieza por reconocer que el amor de tu vida no lo vas a encontrar en la inmediatez de una noche, sino en los contextos donde las personas muestran quiénes son cuando están siendo ellas mismas, disfrutando y viviendo. Donde hay proyectos, valores y comportamientos que sostienen lo que sienten.

Porque al final, amar sin que duela no es amar sin problemas. Es aceptar el dolor inevitable de cuidar lo que te importa, sin sostener lo que ya dejó de tener sentido.

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