Cuando nos enamoramos del caos y lo llamamos amor

Realmente estamos seguros de qué elegir pareja implica perder más de lo que ganamos, intentando rescatar o desestancar a la otra persona ¿desde el inicio? En este artículo comparto una mirada más allá de lo que hacemos en ese intento de mantener en vilo una relación.

RELACIONES Y PAREJA

Ruben Urquiza

11/9/20255 min leer

Cuando nos enamoramos del caos y lo llamamos amor.

He visto muchas veces el mismo patrón en consulta: alguien que se enamora no de una persona armada y estable, sino del desorden ajeno. No es raro o moralmente reprochable; es humano y explica mucho de lo que nos pasa en la vida afectiva.

Esa persona que se enamora del caos no es una figura romántica ni una “salvadora” mística: es alguien que, en el fondo, busca ordenar algo pero ese algo muchas veces no es (solo) el otro; es una parte propia. Suele atraerse por perfiles que parecen necesitados de arreglo: vidas desordenadas, rutinas caóticas, comportamientos adictivos o irresponsables. A primera vista hay intensidad, drama y una sensación de utilidad: “si yo lo arreglo, todo tendrá sentido”.

Lo atractivo no está tanto en el “chico malo” como en lo que despierta en quien ayuda: la ilusión del reto, la sensación de ser indispensable, la fantasía de que con amor y esfuerzo todo se transforma.

Clínicamente esto se traduce en reforzadores potentes y rápidos: ver que el otro depende, notar que tu ayuda calma tu propio malestar, recibir pequeñas señales de gratitud que actúan como refuerzos intermitentes.

Pero las consecuencias suelen ser dolorosas para ambos. El “caótico” puede volverse cada vez más dependiente, sin aprender a responsabilizarse; el “salvador” termina agotado, con su vida subordinada a la de alguien que no ha aprendido a sostenerse. Lo que en apariencia nace como ayuda termina perpetuando un bucle: la persona que es “salvada” no desarrolla autonomía; la persona que “salva” refuerza su valor personal a costa de sostener un problema.

A nivel emocional esto no es raro: aparecen pensamientos como “si no lo hago yo, nadie lo hará”, “si lo dejo, me quedaré sola o solo”, o “si no lo arreglo es porque no valgo”. Esos pensamientos, aprendidos por historia, mantienen la conducta.

Socialmente, además, la cultura complica el cuadro: romantiza el sacrificio, celebra al héroe y naturaliza las relaciones intensas y caóticas. Así, el disfuncionamiento se reviste de épica y el daño se minimiza hasta que ya duele demasiado.

En pocas palabras: muchas veces no amamos al otro. Amamos la posibilidad de arreglarlo o arreglarla o, más exactamente, la posibilidad de arreglarnos a nosotros mismos desde el espejo del otro.

¿Y ahora qué? Cómo salir del bucle sin negar la buena intención

Pues, reconocer la función: el primer antídoto

Si quieres cambiar esta dinámica, lo primero es dejar de juzgarte y empezar a observar. Pregúntate: ¿Qué estoy obteniendo con esta relación? ¿Me siento más valioso/a, más necesario/a, más protegido/a? Si la respuesta es sí y no hay reciprocidad ni crecimiento mutuo, hay una pista clara: tu conducta está al servicio de mejorar tu autoconcepto, no de nutrir una relación sana.

Aceptar esto no es paralizante; es liberador. Comprender la función de tu conducta (alivio del vacío, evitación de la soledad, refuerzo social) es la llave para elegir otras estrategias.

También puedes transformar el impulso de “salvar” en una forma funcional de amar.

No elimines la buena intención: transfórmala. Ayudar puede ser noble, pero no a costa de tu vida, salud o proyectos.

Te comparto algunas pautas prácticas que suelo usar al inicio de la terapia:

1. Análisis funcional conjunto: en un proceso terapéutico trabajamos para identificar las contingencias: qué antecede, qué conducta ocurre y qué consecuencias mantienen ese patrón. Entender esto convierte la intuición en plan de acción.

2. Ampliar el contexto: imagina la relación a cinco años. ¿Te ves iguales, más agobiado/a o más libre? Proyectar ayuda a valorar si lo que haces hoy te acerca o te aleja de tus valores.

3. Entrenamiento en límites y contingencias: practicar decir “no”, establecer límites claros y reforzar conductas que favorezcan la autonomía del otro. Amar no es hacerse cargo de todo; es establecer condiciones sanas para la ayuda.

4. Practicar acciones que refuercen tu valor fuera de la relación: invertir en amistades, hobbies, trabajo o proyectos. Cuando tu autoestima no dependa tanto del “arreglo” del otro, la urgencia de salvar disminuye.

5. Exposición terapéutica graduada: enfrentarse a la incertidumbre de no salvar de inmediato, tolerar el vacío y aprender que sobrevivir a esa incomodidad es posible y formativo.

Mi acompañamiento conductual no invalidar la buena intención.

Jamas juzgo lo que hacen mis consultantes. Lo que intervenimos es la estrategia que ponen en marcha para mejorar su situación (aunque no le traiga consecuencias positivas a largo plazo). En terapia explico esto con claridad: “No estás equivocado/a por querer ayudar; lo que vamos a hacer es calibrar esa estrategia para que te sirva a ti también.” Esto implica:

Validación de la buena fe: reconocemos la intención como valor.

Generamos el reencuadre funcional: trabajamos para que la ayuda se convierta en apoyo que fomente autonomía, no dependencia.

Diseñamos contingencias alternativas: planificar consecuencias claras cuando se dan conductas que fomentan independencia (por ejemplo, reforzar pequeñas acciones autónomas del otro con atención, no con rescate).

Y también planteamos dos caminos: el largo y el que acelera el aprendizaje

Puedes seguir el camino largo: repetir el patrón hasta que el desgaste sea tan grande que algo cambie por fuerza. O elegir el camino con intervención: entrenamiento terapéutico, análisis funcional y práctica dirigida que acelere el aprendizaje. No es cuestión de “arreglar” a nadie por ti; es aprender a gestionar tus conductas y elegir contextos que te devuelvan lo que das.

Procuramos un cierre esperanzador. Aquí no se trata de cerrarte, sino de elegir mejor.

Quien actúa de buena fe nunca pierde: dar comprensión, lealtad y apoyo habla de una coherencia personal valiosa. El problema no es tu disposición a ayudar, sino el contexto y la estrategia. Aprender a ayudar sin perderte es posible: requiere observación, entrenamiento y, muchas veces, el acompañamiento de alguien que vea lo que tú no puedes ver desde dentro.

Amar bien implica mucha humildad: aceptar que no podemos controlar al otro y aceptar que amar no es sinónimo de consumirse. Amar bien es sostenerse, exigir reciprocidad sana y saber soltar cuando la relación se vuelve escuela de dolor en vez de crecimiento.

💬 ¿Te gustaría seguir leyendo artículos como este cada semana? Puedes dejar tu correo abajo para suscribirte y recibir mis artículos directamente en tu bandeja de entrada.

🧩 ¿Tienes dudas sobre tu relación o estás pasando por un momento de confusión afectiva? Déjame tu número de WhatsApp en la casilla correspondiente y accederás a una preconsulta gratuita, donde podremos conversar brevemente sobre tu caso y orientarte en los siguientes pasos.

🌿 Si deseas iniciar un proceso terapéutico conmigo. Haz clic en el botón de contacto directo para escribirme o llamarme. Estoy a tu disposición para acompañarte en este proceso de forma clara, profesional y con un enfoque basado en evidencia.